Sobresaltos en la banda de 20m
Es una sensación —casi un sentimiento— que he tenido muy pocas veces. Se parece a la infatuación amorosa.
La tuve con 9 años cuando por primera vez cargué juegos en un ZX Spectrum. Volví a tenerla en el 95 cuando me conecté a internet por primera vez. En el 99 se repitió, pero no con tecnología nueva, sino con una vieja radio de onda corta con la que escuché emisiones comerciales que llegaban, sin intermediación, desde la otra punta del mundo, gracias a que una señal rebotaba una y otra vez en la ionosfera.
Conectar con algo remoto de manera casi mágica, como penetrando en un universo nuevo. Ya pensaba que no volvería a sentirlo y, sin embargo, está volviendo a ocurrir.
Hace unos meses, tras mucho disuadirme de que no sería capaz, decidí examinarme para obtener la licencia de radioaficionado. Dos exámenes: uno sobre conocimientos técnicos y otro sobre legislación. Aún no me explico cómo, pero aprobé a la primera.
Ayer contacté con un marino ruso que opera su radio de HF desde el mar de Japón, aunque ese día quizás estuviese en tierra, en Vladivostok. Intercambiamos credenciales (un QSO, en jerga de radio) en una con versación breve y difícil, pues me recibía regular. Lógico: yo emitía con un simple hilo de 10 metros como antena y apenas 50 o 60 vatios en mi emisora, menos de lo que consumía una bombilla de las de antes.

Este es Valery en su barco; parece confiable.
No es el primer contacto internacional que hago —llevo ya casi dos docenas— pero sí es el más lejano. Lo maravilloso es que cada vez que oigo a una voz remota en la emisora repetir mi indicativo confirmando que me reciben, vuelvo a sentir esa sensación.

Hoy, en el coche, cruzando la provincia de Cádiz, repasaba mentalmente las últimas tecnologías y modelos de interacción. Tenemos dispositivos asombrosos, cargados de sensores y con una potencia despeinante, pero me quedo en blanco cuando pienso en alguno que me haya provocado ese sobresalto, ese asomarme a lo mágico y misterioso.
¿Se te ocurre a ti alguno?