¿Dónde coño estoy? ¿Qué día es? No recuerdo… No sé… No sé dónde me encuentro. Miro el techo, la pared, no los reconozco.
Alguien me estaba hablando hace un momento, pero no recuerdo ni quién era ni qué me decía. Mi piel se siente extraña; estoy envuelto en unas sábanas suaves, pero las siento ajenas, igual que la luz que entra por la ventana, esa cortina, ese paisaje cubierto de niebla…
¿Cómo he llegado aquí? Tengo que ir… ¿Debería estar en el trabajo? No, no, espera… ¿Qué habitación es esta? ¿Y por qué no responden mis brazos ni mis piernas? Puedo sentir mi cuerpo, pero no responde a mis órdenes. No consigo incorporarme.
Ahora.
Ahora entiendo.
Ya puedo moverme. Estoy sudando, empapado. Me incorporo, miro alrededor. La habitación está en penumbra. Puedo ver una mochila encima de un escritorio. Es la mía, la reconozco. Hay una toalla en el suelo, al pie de una silla, como si se hubiese caído. Me inclino para ver si al pie de la cama están mis zapatillas. Ahí están.
Respira más despacio, Carlos, tranquilízate, estás en el hotel del área de servicio. Estás en Santa Olalla.
Recobro la serenidad poco a poco. ¿Ha sido una pesadilla? No recuerdo nada de lo que estaba soñando, ni dónde estaba, sólo las voces de la cueva. Balbuceaban y revoloteaban a mi alrededor, en un idioma que ni comprendía ni identificaba. Me hablaban de cerca, como tratando de advertirme de algo. Al no entenderlas, hablaban aún más fuerte. Eran muchas.
Pero si era una pesadilla, ¿por qué me he despertado así? Ha sido como si me hubiese quedado atrapado entre dos mundos. ¿Tendrá que ver esto con la cueva? ¿Tratarán de decirme algo? Nah, no creo en supersticiones… Pero, a ver, algo hay ahí dentro si me ha llevado a un mes en el futuro y me ha devuelto de él. Eso no lo he soñado: el tatuaje del niñato y la muerte del hijo de Don Antonio… Flor se marcha y llega el otoño. ¡No lo he soñado, fue ayer y volví!
Afuera, el sol empieza a disipar la niebla. Los primeros rayos entran, horizontales y anaranjados en la habitación. Estiro el brazo y los siento sobre mi piel.
¡TOC, TOC, TOC!
¿Joder, quién será? Aún no son ni las ocho. No espero a nadie. Salgo de la cama y acerco el oído a la puerta. No escucho nada.
— ¿Quién es?
— Soy yo, Flor —dice casi susurrando.
¡Oh, no! Me late el corazón a toda velocidad, otra vez. Me miro, estoy en calzoncillos, sin duchar, ¿Quizás me duché ayer? Sí, sí, anoche, antes de dormir.
— Un momento, por favor.
Corro a enjuagarme la boca. El agua sale helada. Me la echo sobre la cara; el golpe de frío me despeja instante.
— Pasa… ¿Qué haces tú aquí? O sea, qué bien que hayas venido. No te esperaba.
— Te traigo el desayuno. Bueno, un café —dice, mientras me entrega un vaso de cartón, dos azucarillos y una cucharilla de plástico.
Al liberar sus manos, me agarra la cabeza y me besa. Me toma por sorpresa, no sé cómo reaccionar. Debería devolverle el beso, pero estoy siendo torpe, me veo, semidesnudo y me siento vulnerable. ¿Qué pensará de mi cuerpo?
Quito la tapa del vaso y voy a echar el azúcar, pero me para con un gesto.
— El café es para después.
Me vuelve a besar. Se quita la cazadora, se desabrocha la blusa. Me mira a los ojos y sonríe. Me intimida. Se descalza empujando el talón de una zapatilla con la otra. Se quita los pantalones. Me está empujando con su cuerpo hacia la cama. Quiero, pero me siento torpe, no sé si…
— Desabróchame esto, venga. ¿O también lo tengo que hacer yo? —Me señala la hebilla de su sujetador.
Desencajo el broche de plástico y dejo caer el sujetador al suelo. Estamos a apenas diez centímetros el uno del otro, los dos de pie. Se acerca muy despacio. Me acerco yo. Puedo sentir el calor de su piel sin aún tocarla. La miro a los ojos, miro su cuerpo. No creo que haya otro momento como este, quiero retenerlo para siempre en mi memoria.
— Ven, Carlos.
Toma mis manos y rodea su cintura con ellas. Nos besamos. Toda mi sangre despierta, mi cuerpo sube de temperatura. Me muevo despacio, lo ralentizo todo a propósito. Ella me entiende y nos sincronizamos.
— Me he despertado pensando en ti —me susurra.
Me estremezco al sentir su aliento húmedo en mi oído. Por un momento pienso en mi despertar, pero no puedo decírselo. No puedo contarle lo que sé, lo que he vivido en los últimos días. Me tomaría por loco.
Me digo que el pasado ya no existe, sólo hay presente.
Su piel es mi ahora, mi momento. Ella es lo único: su pelo, su sal.
Aquí empieza y termina todo.
El rayo de sol se ensancha y nos arropa, mientras nuestros cuerpos son uno.
Compartimos el café, ya apenas templado. Seguimos sentados en el colchón, pero ahora miramos los dos hacia la ventana.
Ya no queda niebla, sólo luz y horizonte.
Acabas de leer la novena entrega de Santa Olalla Si te ha gustado, por favor, dale al ❤️ o compártelo para que lo lea más gente, que es la mejor forma de pagar por el ratito.
La historia se acerca a su fin. Quedan ya sólo 3 capitulos. ¿Te acuerdas de cómo empezó?
Venga, anda, suscríbete si no lo has hecho, que lo que está por venir no te lo esperas y mejor que no se te pase.
Otros relatos de ficción de Javier Cañada
Mnemosyn (4,9 ***** en Amazon Kindle)
Murchison (4,5**** en Amazonn Kindle)
Volver a empezar / parte 2 (parte 3 próximamente)
Serie Hipérboles