Santa Olalla (Cap. 7)
No reconozco el paisaje, hay mucha niebla y llueve. Por la vegetación diría que estoy cerca de Santa Olalla: las encinas, la retama y el pasto. Huele a verde, a un verdor oscuro y mojado. Pensaba que anochecía, pero al revés, creo que está amaneciendo. También huele a humo, humo de leña, pero no consigo ver de dónde viene.
Aún estoy aturdido, no sé qué es eso que acabo de atravesar, o que me ha atravesado a mí. Noto un pitido residual en mis oídos. Me quito los AirPods y el ruido de la lluvia se hace muy presente, casi escandaloso. Joder, estos trastos me han salvado.
De dentro de la cueva sale una bocanada constante de aire frío. Me asomo para ver dentro, pero no atisbo más que cuatro o cinco metros de distancia. Después, oscuridad absoluta. Me acuerdo de lo que he pasado cruzándola y se me aflojan las rodillas, no sé si por cansancio físico o por el golpe emocional.
Estoy temblando, me noto espasmos ¿Cuánto llevo así?
¿Qué demonios hay ahí dentro? Ese olor químico del principio… ¿Será alguna sustancia alucinógena? Quizás haya bolsas de algún gas raro, algún azufre o puede que hayan vertido algún producto químico que me ha provocado este… viaje.
¡Vengan, vengan y pasen a la tripicueva! ¡A su lado, el tren de la bruja les parecerá un entretenimiento para bebés! Uf, me río por no llorar.
Me piro de aquí ya. Mierda, ahora llueve aún más fuerte. Voy empapado de sudor, pero como salga ahora, me calo entero; suficiente tiritera tengo ya encima. Además, no tengo ni idea de dónde estoy. ¿Por dónde estará Santa Olalla? ¿Detrás de esta colina? Venga, salgo. A la de uno, a la de dos… ¡a la de tres!
No hay camino. Descendiendo la pendiente despacio, sorteando matorrales y pedruscos cubiertos de verdín. Tanta humedad, no me lo explico. Esto parece Asturias y no Extremadura. Tengo que dar zancadas altas si no quiero terminar de arruinar los pantalones.
Ya la veo, a lo lejos… ¡la autovía! Por lógica, siguiéndola, Santa Olalla está… ¡Ahí! Suspiro tranquilo, ya sé dónde estoy, todo controlado. Ahora sólo tengo que llegar y darme una buena ducha caliente. Hoy me da igual que me vean con tal de sacarme este frío de dentro.
Bien, un camino. Lo sigo, convencido de que desembocará en otro que acabe en alguna rotonda o directamente en la parte de detrás del área de servicio. La veo cada vez más cerca, los camiones entrando y saliendo, pocos coches. El parking casi vacío. Qué extraño para un sábado por la mañana.
No me he cruzado con nadie de aquí al entrar en la ducha. La alargo todo lo que puedo. No hay jabón —juraría que había un dispensador lleno— pero me da lo mismo. La temperatura disuelve la capa de sudor y se lleva las toxinas que mi cuerpo parece haber secretado hace una hora.
Me pongo ropa casi seca de la que llevaba en la mochila. Las zapatillas siguen empapadas, pero me da lo mismo, tengo que desayunar, aún necesito calentarme por dentro.
En la barra del bar apenas hay gente. Al fondo está el chico de siempre, el “perla”, como le llamo para mis adentros. Se acerca y veo su brazo tatuado entero: algo muy barroco, con muchas cosas y una virgen en el centro. ¿Será cofrade? No recordaba haberle visto ese tatuaje ayer.
— Me pones un café con leche bien caliente y unos sobaos de esos, por favor.
— ¡Anda! tú eres el que estuvo por aquí limpiando, ¿no? ¡El perdido!
Me molesta su manera de hablarme, condescendiente e irrespetuosa.
— Soy Carlos, y sí, estoy trabajando aquí, igual que tú. —Le digo con mirada seria.
— Bueno, “estabas”, ¿no? ¿Dónde te has metido todo este tiempo?
No entiendo a qué viene ese comentario del chaval. ¿Será por algo que pasó en la verbena? ¿Algo que hice o dije y que no recuerdo? No voy a entrar en esa conversación con un niñato.
— No sé a qué te refieres. Oye, ¿está Don Antonio?
— Qué va, tío, está de baja. Su hijo al final se murió y el hombre está pasándolo mal. Lleva una semana sin venir. Y ya veremos si vuelve, menudo palo.
— ¡Qué me dices! ¿Tenía un hijo? Espera, ¿quince días? ¡Pero si lo vi ayer!
— Eso es lo que sé, a mí no me cuentan mucho. —Me responde encogiéndose de hombros —Yo no lo he visto en bastante tiempo.
— ¿Y Flor y las señoras de la cocina? ¿Han llegado ya?
— Entran a las ocho, aún falta un rato. Pero Flor ya no está.
— ¿Qué? ¿Cómo que ya no está?
— Que no está. Se fue hace un par de semanas. Tío, han pasado cosas desde que te piraste, la vida avanza, macho.
No comprendo nada. ¿Qué está pasando? Siento calambre en los brazos, otra vez. Parece que mi alma quiera salir de mi cuerpo. Vértigo. Un agujero negro me succiona entero desde la boca del estómago.
¿Me estoy volviendo loco? Trato de disimular. Me acuerdo de Russell Crowe interpretando a John Nash, completamente esquizoide, rodeado de personajes imaginarios. ¿Estaré yo perdiendo la noción del tiempo? ¿Será real la conversación que acabo de tener con el niñato o me la estoy imaginando? Siento cómo las axilas se me empapan, frías de nuevo. Tiemblo.
¿Estoy soñando todo esto? Quizás esté en la cama, en Madrid, con cuarenta de fiebre, empapado en sudor, delirando. Y si nada de todo esto es real… Ni el mensaje de Marcos a Mercedes, ni Santa Olalla, ni Flor, ni la verbena, ni la cueva. Quizás, si pienso muy fuerte, pueda romper esta ilusión perversa.
¡El Supermercado! Allí tienen prensa y revistas, necesito ver lo que dicen. Mi mente delirante será capaz de imaginarse algún personaje y alguna conversación, pero no creo que pueda con un periódico entero.
Estocada al Gobierno. La oposición confirma la moción de censura para noviembre.
Repaso, en mi memoria los últimos acontecimientos que recuerdo. No me suena nada de esto. Busco la fecha: “29 de septiembre”.
¿Qué? ¿Cómo es posible? ¡Ha pasado más de un mes! No, no, necesito verlo en otras revis… Joder, lo mismo. Me siento Jim Carrey en el Show de Truman. ¿Será eso lo que me está pasando? ¿Estoy en una simulación?
Voy a comprar un paquete de chicles. Si esto es una broma pesada, lo sabré viendo el ticket. Ahí estará la fecha real. No creo que lleguen tan lejos como para manipular también eso. Ahí está, grabado en tinta térmica sobre el trocito de papel: “29 de septiembre”. La chica de la caja me mira con desconfianza. No se ríe. Debo de parecerle un chalado.
El pecho me aprieta, me cuesta respirar. Necesito salir de aquí o me dará una crisis de ansiedad. Necesito aire para poder pensar.
El termómetro de la gasolinera marca 6º. Es claramente otoño.
Miro a la gente en los coches, las familias, las parejas, los tipos que viajan solos, comerciales casi todos. ¿Serán reales?
Me siento muy solo, como si me hubiesen abandonado en un planeta desconocido. No tengo nada, no tengo a nadie. Sólo tengo frio, un frío dentro que se me expande. Es lo único que parece verdadero.
Un todoterreno verde pita para que me aparte a un lado. Está lleno de barro. Detrás lleva un remolque con perros de caza. El coche aparca y los perros empiezan a ladrar.
Ahora lo entiendo…
Todo se está iluminando en mi cabeza. Por mi mente cruzan las imágenes de las últimas horas, la luz azul de la Guardia Civil, el ruido de su megáfono, los haces de sus linternas, mi cuerpo resbalando, la caída en el hoyo y el aire frío del interior. Seguí caminando, a tientas, y la crucé entera. Atrávesé la Cueva del Perro.
Miro hacia el restaurante y pienso en Don Antonio y su hijo. Cómo ha podido pasar tanto en tan poco tiempo. Ojalá haberle podido dar un abrazo. Y Flor… Teníamos posibilidades, teníamos un futuro y lo he perdido. Ya no tengo nada. La siento desvanecerse, como si no hubiese existido nunca. Se me encoge el pecho al pensarlo.
Las gotas de lluvia golpean mi cara como si fuesen agujas. Todo es gris en este parking frío y solitario.
Palpo mi bolsillo y ahí sigue, la cajita lisa y redondeada de los AirPods. No necesito nada más.
Tomo el camino hacia el monte.
Acabas de leer la séptima parte de Santa Olalla ¿Te ha gustado? El capítulo 6 está aquí, por si no la has leído o quieres refrescar la memoria.
En el próximo capítulo… Nah, no pensarás que te voy a adelantar lo que pasa en el próximo capítulo ¿verdad? Como mucho, puedo decirte que a Carlos le esperan cosas buenas, acontecimientos inesperados y decisiones difíciles.
Si la historia te gusta, estírate un poquito y dale un like, que ha sido gratis. Además, así me alegras el día y me motivo más para seguir. Bueno, en realidad, seguiría aunque nadie me diera likes. Sinceramente, la historia me quema dentro, necesito sacarla. Pero con likes mejor ;) Gracias, de verdad.
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