He dejado el pueblo atrás, pero aún puedo oír la música de la verbena. También veo, si me giro, su halo de luz en la atmósfera. Me llega el pum pum rítmico de las canciones desde detrás y por delante, rebotado en una colina cercana. Mis pisadas sobre la gravilla del arcén suenan más agudas. Ando al ritmo de la música. Repaso mentalmente las conversaciones con las señoras de la cocina, Joana, Antonia, Isabel… Me he reído mucho con los chistes de un chico de la gasolinera. Y Flor.
Se han quedado todos en la verbena, yo me he marchado y por esta carretera no pasa nadie, qué serenidad.
Siento felicidad, una felicidad muy serena. No sé si será transitoria, si mañana se habrá desvanecido, pero qué más da. Ahora es. Llega como una bocanada. Una aurora boreal de paz que me atraviesa, así la noto. De color rosa. ¡No, qué cursi! Me rio solo, cualquiera que me escuche me tomará por chalado. “Menudo flipado el tirado ese del área de servicio, iba riéndose solo por la carretera, de noche”.
Me queda media hora de camino hasta la casa. Dormiré allí, donde ayer, salvo que dé con algún sitio mejor, alguno con la techumbre en condiciones. Aunque hoy eso no importa, ha hecho bueno y no llueve.
Los sonidos de la verbena se escuchan cada vez más lejos.
Por primera vez en mi vida, la gente ha querido estar conmigo, hablándome, mirándome, tocándome y riendo, por quien soy en ese momento, no por mi pasado ni por mi futuro, no por mis anécdotas ni por oportunidades, no por mi apellido, ni mi matrimonio ni mi puesto de trabajo, sino porque soy Carlos, el tipo que está echando una mano aquí y allá, que parece buena gente. No tengo nada que ofrecerles, quizás por eso se han abierto. Me han tratado como uno de los suyos, me han dado más en una noche que otros en una vida.
Lo he perdido todo, pero siento que estoy ganando, que estoy encontrando algo, intuyendo, no sé qué, pero sé que es algo.
Repaso las conversaciones. No me han preguntado nada de mi trabajo ni de mi familia… ¿Por qué?. Creo que las señoras de la cocina intuyen algo, pero por respeto no lo han sacado.
Flor no se me va de la cabeza, sonriendo, las arruguitas bajo sus ojos, mientras yo charlaba con todos, sentados en esa mesa redonda de plástico. Bebíamos y nos reíamos de cómo bailaban pasodobles las señoras. Ella mirándome, yo a ella, de refilón; disimulamos fatal. No se borra de mis retinas, igual que pum pum de la música, que sigue pegado a mis tímpanos.
Me ha impresionado verla con el pelo suelto y vestida de calle, sin esa chaqueta de cocina blanca, maquillada. Qué guapa.
Ay, Carlos, que te estás pillando y no te conviene.
O sí.
Nada me conviene ni me deja de convenir porque no hay pasado ni futuro. Me lo voy a repetir mil veces si hace falta.
Espera, qué curioso… A Flor tampoco le han preguntado por su familia ni por su vida. Se ha hablado de los hijos de una o de los padres de otro, de novias y maridos, pero no de ella ¿Por qué? ¿Qué tabú hay ahí? Somos muy diferentes, pero siento que tenemos algo en común, no sé el qué. Ojalá un rato a solas con ella, para poder hablarlo, para conocernos, lejos de la gasolinera o de la cocina, sin uniformes ni tareas de limpieza.
Ya casi no se escucha la música del pueblo. Debo de haber andado unos veinte minutos. Veo la luz roja de la gasolinera, las ventanas del hotel y el luminoso encendido: Santa Olalla. Estoy cerca.
¿Qué es esa luz azul? ¿Que…
Anda, control de alcoholemia; bueno, normal, en las fiestas algunos se ponen tibios.
Me he tomado dos copas, pero voy a pie, no me dirán nada. Ni me mirarán. Qué les importa un tipo que va andando por el arcén de la carretera, en mitad del campo. Lo peor que puede pasar es que me pidan la documentación, pero estoy limpio, nadie me ha denuncia… Joder, ¿y si me ha denunciado Mercedes? ¿Y si ha denunciado mi desaparición? Canceló mis tarjetas por resentimiento y venganza ¿Me habrá metido en algún lío sólo por ponerme las cosas difíciles? Es capaz.
No puedo arriesgarme, no. Me salgo de la carretera, rodearé el control por el campo. Joder, los matorrales, no veo nada. Me resbalo en el desnivel de la cuneta. Estoy bien, estoy bien. Salto una valla de alhambre baja, y sigo caminando, alejándome poco a poco del control policial.
— ¡Oye, eh! ¡Quién anda ahí!
¡Joder! ¿Me están llamando? ¿Me han visto?
— ¡Eh, usted! Salga de ahí y venga para acá.
Luz azul y blanca. Me deslumbra un foco de linterna. Es muy potente. Me quedo quieto, congelado. ¿Qué hago ahora? No pasa nada, Carlos, no has matado una mosca en tu vida. Te piden la documentación y te vas. Pero, joder, no… Y si… Mercedes. No, joder, no, no voy a arruinar todo lo que tengo. No quiero pasar la noche en un calabozo tratando de aclarar cosas. Se enterará Don Antonio y se acabará todo. Tengo que huir.
¡¡¡Corre, Carlos, corre, joder, correeee!!!
Me persigue la luz de la linterna. No veo por dónde piso, pero corro como puedo. Ahora son dos luces. Me están diciendo algo, pero no entiendo nada. Sólo escucho mi jadeo y el ruido de mis pisadas. Vienen detrás mío, siguen gritándome. Si continúo por este suelo de dehesa me van a pillar, tengo que meterme al monte ¡Corre Carlos, corre! Son Mercedes, son Marcos Master, son la oficina y te van a pillar, te van a devorar como te atrapen.
Piso suelo pedregoso y empinado, ya estoy enfilando por monte. Escapar otra vez, las veces que haga falta. No veo otra cosa. No me van a alejar de lo que he encontrado, mi serenidad, mi paz, Flor.
Corro monte arriba Los haces de luz están cerca mío, pero ya no los siento encima. Ahora se mueven erráticos, barriendo el terreno a mi izquierda. Se acerca uno, me agacho y me quedo quieto. Se va. Otro busca a lo lejos. Me incorporo y sigo monte arriba.
No veo nada. Estoy perdiendo el equilibrio. No, no, joder, me voy a resbalar, me resbalo… Me estoy cayendo, me arrastro pero no puedo pararme, no puedo asirme a nada. ¡Agh! Acabo de caer en una especie de agujero. Me he enganchado en unas zarzas, noto las espinas tirando de mi camiseta y clavándose en mi costado.
Al menos aquí no me ven.
— Por favor, salga de donde está, no vamos a hacerle nada —la voz suena potente y metálica. Llevan un megáfono de mano — No queremos que se haga daño.
Se escucha cada vez más cerca. Mierda, se están acercando. ¿Qué hago, joder, qué hago?
Parece que este agujero se abre hacia adentro. Noto aire frío, eso es que hay más hueco hacia adentro. Voy a entrar, así estoy fuera de sus luces.
Hace frío aquí dentro. Huele extraño, como a animales muertos. Y a algo químico.
Sigo oyendo a los guardias por el megáfono, pero ya no veo luces, no veo nada de nada. Creo que huir es desacato. Si me atrapan me van a detener. Tengo que seguir andando.
Avanzo a tientas. Esto es estrecho y la pared es rugosa. Parece una cueva, pero las paredes se sienten algo lisas. Ahora se ensancha.
Ya no huele a bichos muertos. El olor se ha vuelto químico, como a agua oxigenada. Lo noto en los poros de mi piel, como si me acariciase, como un cosquilleo. ¿Habrán vertido algún residuo aquí dentro? Se está volviendo muy penetrante, metálico, afilado. Siento pinchazos en la cara, en los brazos, se me clavan agujas en las yemas de los dedos.
¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
Quiero salir pero no sé cómo.
Ya casi no oigo a los guardias civiles. ¿Qué hago, sigo, retrocedo? Alguna salida tendrá esto.
Algo está cambiando. Noto una especie de fuerza que me empuja por la espalda ¿Soy yo? ¿Es la presión del aire? Siento como si andase cuesta abajo, pero no es así, esto parece plano, sin embargo, avanzo, los pies parece que vayan solos.
¿Qué son esos sonidos? No es el viento. Pensaba que era el viento, silbando en los recovecos de la piedra, pero no. Son docenas, cientos. Vienen y van, como si me rodeasen ¿Puede un sonido dar vueltas a mi alrededor, como un insecto? ¿Serán moscardones? ¿Pájaros? ¿Murciélagos? Es un zumbido que se convierte en revoloteo. Suena como voces por momentos, pero no reconozco nada ¿Son voces? ¿Qué? No sé qué decís. ¿Qué? ¡Qué coño quereeeeis!
¡Frío! La temperatura ha bajado mucho. Claro, en las cuevas siempre hace frío. Estoy tiritando hasta por dentro. Noto el suelo mojado bajo mis pies, agua helada, una capa de hielo crujiéndose y rompiendo a mi paso. Lo puedo escuchar. Y me cala las zapatillas.
Veo mis manos sobre un teclado, los puntitos milimétricos de azul, rojo y amarillo en una pantalla. Es mi oficina. Sartenes en un cajón, la carretera, los biberones de la pequeña. Mercedes riéndose de mí con sus compañeros de trabajo. La cena de Navidad de la empresa, solo, en silencio, mirando al resto con una copa en la mano. Las carcajadas de las amigas de Mercedes. Una sala de reuniones del trabajo, estoy solo, esperando a que venga el resto. La nevera vacía. La calle vacía. El olor a sudor de un taxista. La azotea de casa, huele a lluvia. La sala de espera de urgencias. Mi padre pegando un portazo. La oscuridad del dormitorio. Me escucho sollozar. Estoy llorando, pero no sé si de miedo, de dolor o de otra cosa.
¿Qué coño está pasándome?
Me llegan golpes de sonido desde detrás, como si recorriesen todo el túnel y yo estuviese a su paso. Me empujan y me arrastran hacia adelante, pero ahora no como si fuese cuesta abajo, sino a sacudidas. Noto como cada onda me golpea el pecho; la siento entrar dentro de mí. ¡Zump! ¡Zump! Casi me caigo, mis pies reaccionan desacompasados. No quiero caerme, el suelo está helado. ¿A dónde me empujan? ¿Están cambiando?
Creo que estoy muriéndome. Debe de ser esto: horror y miedo. La muerte. Menuda mierda. Me habré golpeado la cabeza con una roca y estaré desangrándome. ¿Está pasando esto en mi cabeza? ¿Es real? Que termine ya, por Dios.
Las voces se han ido.
Las sacudidas del ruido son cada vez más fuertes, más intensos y más concentrados. Ya no son graves, son más agudos. Más, más. Suenan astillados y corroídos, me pinchan los tímpanos y me desgarran el cerebro por dentro. Los veo, aunque no puedo abrir los ojos. Son manchas amarillas que se vuelven verdes y luego rojas. No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, si esos colores están delante mío o en mi mente. Me duele. Los tímpanos. Los oídos por dentro. Siento todos los nervios de mi cuerpo vibrando hacia mi cerebro. Pita cada vez más agudo. Me está perforando. No sé si podré aguantar. No sé si po…
¡Los Airpods!
¡Rápido!
¡En el bolsillo de mi mochila, sí! Palpo a ciegas y encuentro la cajita. No puedo verla, pero la siento, blanca y redondeada. Necesito que cancelen este ruido asesino ¿Podrán? Cuidado, no se me pueden caer. Por favor, que funcione, que pare esto.
Ya.
Se ha atenuado mucho.
Lo sigo oyendo, amortiguado. Se ha alejado, está sumergido. Los golpes continúan, pero ahora los veo de otros colores, ahora son marrones, ocres, aunque sigo andando a ciegas. Siguen siendo rítmicos, pero pierden cadencia. El dolor permanece, pero ahora puedo soportarlo. Puedo respirar. Se ha movido del interior de mi cerebro al exterior. Ahora sólo me duele el cráneo. Es como un calambre. ¿Qué ha pasado, qué me estaba pasando? Joder, ¿dónde estoy?
Avanzo más rápido. ¿Podré salir? ¿Será todo una ilusión? Quizás sea el final del proceso y ya estoy muerto.
Luz. Ahí al fondo.
Me toco los ojos para asegurarme que están abiertos.
Es luz, no es una ilusión.
Claridad. Ahora parecen reflejos en el suelo mojado. ¿Sigo en la cueva? ¿Es realmente una salida o es el sitio por donde entré? ¿A dónde saldré? ¿Si hay luz, qué hora es? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Tropiezo y caigo. Me daño las rodillas, pero ya no hay hielo. Estoy subiendo una pendiente, ligera, pero pendiente. Veo más claridad, sigue siendo luz indirecta. Esto es distinto a la entrada.
Ya sí. Me deslumbra. Los sonidos se han ido, los colores se han ido. Ya sólo noto la luz. La busco. Me entrego a ella, pero sigue siendo fría. Continúo andando.
Estoy saliendo. Veo colores tras la luz. Niebla. Nubes oscuras. Matorrales y encinas. Huele metálico. Mi piel está cubierta de sudor frío.
Estoy desorientado y mareado. Todo da vueltas, más aún si cierro los ojos. Mi saliva sabe salada, creo que voy a vomitar.
Estoy fuera, está anocheciendo, pero ¿dónde?.
¿Dónde estoy?
Acabas de leer la sexta parte de Santa Olalla. El capítulo 5 está aquí, por si no la has leído o quieres refrescar la memoria.
En el próximo capítulo, Carlos descubrirá qué hay ahí afuera y todo su mundo se trastocará.
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Me ha encantado cómo describes todo lo que va sintiendo dentro del agujero.