“Ha elegido usted gasolina normal. Por favor, pague en caja antes de retirar el vehículo.”
— Carlos, vamos las dos al baño mientras tú pagas. Cómpranos unas cocacolas zero, porfa. Y regalices.”
Cojo el móvil. Salgo del coche. Me acerco a la caseta de la gasolinera.
¡Ding!
Alerta de whatsapp. Asoma parte del mensaje: “Aún tengo erecciones cuando me acuerdo del fin de semana pasado. Quiero más de ti. Cuándo vamos a…”
¿Quién coño me escribe eso? Joder, he cogido el móvil de Mercedes. En dos segundos, mi cerebro procesa seis millones de cálculos para entender lo que estoy leyendo.
Está bastante claro.
La saliva me inunda la boca. Me están subiendo arcadas.
¿Quién es ese tipo, qué está pasando?. Desbloqueo el móvil de Mercedes. Su pin es 110311, la fecha de nacimiento de Natalia. Se me acaba de abrir un agujero en el pecho y se está ensanchando.
Tiene al tipo guardado como “Marcos Master”.
Es algo más joven que yo, está en forma, sonríe todo el rato.
La conversación de whatsapp es interminable, se remonta a hace año y medio. Docenas de fotos cerdas suyas y de Mercedes se entrecruzan con mensajes explícitos. Más arcadas. Me aparto a un rincón. No me sostengo, necesito una pared para apoyarme. Sigo scrolleando.
Hay fotos de los dos juntos, muchas. Las últimas son de este fin de semana, en algún sitio de playa. Joder, me dijo que iba para cuidar de su madre enferma en Málaga. Esto parece Fuengirola o algún sitio así. Qué cutre todo, qué repugnante, qué asco estoy sintiendo. Se me hace un nudo la tripa, me resbalo al suelo.
— ¿Está usted bien?
Le hago un gesto al desconocido para que me deje en paz. Mercedes hace mucho que no me quiere, eso lo sabía ya. ¿Pero esto? ¿Esto? ¿Es justo?
Hay una foto de ellos dos con mi hija. Los tres, joder, los tres. Parece en Madrid. Otra: ella le está abrazando. ¡Otra más! ¡Se están abrazando los tres!
Se me está nublando la vista, creo que me voy a desmayar. Sí, me quiero desmayar. Quiero desintegrarme. Quiero morirme. Quiero arrancarme la vida y sacudirla contra el suelo, darle patadas, pisotearla. Noto como mis entrañas hacen fuerza contra si mismas.
Ahí están las dos, las veo a través del cristal de la gasolinera. Acaban de salir del baño, se ríen, mientras vuelven al coche.
¿Debería sentir ira? ¿Debería desearles dolor? Sólo siento distancia. Estoy a mil kilómetros de ellas, lejos del coche, de mi puto trabajo de oficina. Lejos de los cabrones de mis compañeros, de los hijos de puta de mis clientes. De mi mierda de vida en Madrid. A mil kilómetros de la china de la tienda de abajo de casa, de mi dentista, que me habla con superioridad, del camarero del bar que me pone el café mal siempre, no porque se olvide de lo que le pido, sino porque se la sudo. A mil kilómetros del tipo que tengo al lado ahora mismo, mirándome con extrañeza, de mi propio cuerpo, de mi propia existencia, de todo lo que he acumulado en mis cuarenta y dos años de vida. ¿Qué tengo? Una familia que no me quiere, un coche mediocre, un trabajo irrelevante, una casa en alquiler y treinta mil euros en el banco. No tengo pasado ni tengo presente, acaban de arruinarse. Se los está llevando por delante una riada. Nada, no tengo nada.
Soy nada.
Me veo desde fuera. Me imagino la toma desde la cámara de seguridad, los seguratas diciendo “mira ese pringao”. Ahí anda, con su Audi de hace ocho años y su puesto de jefe de proyecto en una consultora tecnológica. Otro madrileñito de mierda cruzando Extremadura para volver a la capital. La A5 está llena de tipos como yo, pero yo soy el más patético, el más cornudo, el que menos le importa a nadie.
Un calor empieza en mi esternón y se extiende por mis brazos hasta las yemas de mis dedos. Ahora sí, siento ira. Mis manos queman. Mis ojos queman.
En mi mente todo arde. La oficina explota. Mi jefe se arrastra por el pasillo, presa de las llamas. Mi casa se incendia poco a poco, desde las cortinas al techo. Mi coche, ahí al lado del surtidor 3, empieza a arder, con ella y Marcos Master dentro. La gasolinera entera estalla por los aires.
Nada de eso pasa. Ni va a pasar.
Soy un pusilánime. ¡Cobarde¡ Carlos, eres un puto cobarde.
La dependienta de la gasolinera me mira. ¿Se compadece de mí? ¿Sabe que soy un cornudo, un comemierda, un pringado? Sólo espera que pague y me vaya. Chuches, cocacolas y 50 litros de gasolina normal. Normal. ¿Como mi vida? Mi vida es menos que normal.
Tengo cinco segundos para tomar una decisión.
Cinco, cuatro…
Esto no tiene arreglo. No lo merece. No quiero pasarme los próximos tres años recomponiendo trozos. No quiero que ella me haga sentir culpable. No quiero tener que escuchar “esta no es la vida que me prometiste” o “necesito sentirme viva” o “ya no siento nada a tu lado”. No quiero. No habrá separación, divorcio ni custodia compartida. No habrá terapia de pareja ni “podemos recomponer esto”. No voy a pasar por eso.
Tres.
Dos.
No voy a hacerme pedazos. No voy a darles ese gusto.
Uno.
Silencio.
Todo se mueve a cámara lenta. Noto como la luz aterriza sobre mi piel. Noto el bombardeo de fotones sobre mis poros. Partículas solares colisionando contra las moléculas de mi cuerpo, rompiendo sus enlaces. Pequeñas explosiones que liberan campos de energía microscópicamente infinitos.
Suena David Bisbal en el hilo musical. 2007 y 2024 se fusionan. La pandilla de mi instituto, las noches en la biblioteca de la facultad, mi mudanza a Madrid, mi año de becario, los viajes de trabajo a Lisboa. Los paseos con Mercedes por el Parque del Oeste, la mudanza a la casa de San Chinarro… Todo se aplasta en un solo plano, se comprime hasta quedar irreconocible.
— Por cuatro euros más, ¿quiere una botella de aceite de oliva? Es de aquí, de la Sierra.
— No, cóbreme. Con tarjeta.
Fundido a blanco, lienzo blanco.
Me siento ligero.
Salgo de la gasolinera. Un termómetro gigante marca 35 grados. Me acerco al coche despacio, tenso, sereno.
— Mercedes, perdona, me llevé tu móvil sin querer. Voy al baño a refrescarme un poco y seguimos para Madrid. ¿Me das la mochila que quiero cambiarme la camisa?
La miro a los ojos. También a Natalia. ¿Será hija mía?
El baño de hombres está detrás del edificio. Lo rodeo y miro al monte. Falta una hora para que sea de noche. Aún suenan cigarras. A cien metros empiezan las encinas. Dehesa extremeña, árboles, rocas, hierba y gorrinos en una suave pendiente hasta el infinito.
¡Corre, Carlos!
Corro. Corro. Corro. Corro. Corro.
Jadeos y pisadas sobre asfalto, luego sobre grava. Ahora sobre tierra. Mi corazón bombea a puñetazos. No hay vuelta atrás. Ya no. Corro aún más fuerte. Que me duelan los pies. Que me duelan los pulmones. Que me duelan los puños de tanto apretar.
No mires atrás, no pares ¡Corre, cabrón, corre! Déjalo todo atrás, que se haga pequeño, que desaparezca, que se desvanezca.
Me encuentro una pared de piedras y trepo. Me paro encima. Me cuesta mantener el equilibrio. Me agacho para bajar el centro de gravedad. ¿Me giro y miro atrás? ¿Estoy suficientemente lejos?
¿Lejos de qué? Lejos de todo.
La gasolinera se ve ya pequeña. Una caja blanca con cochecitos de juguete alrededor. Entran y salen camiones, también de juguete. El Mosca y JCarrion. El resto no puedo leerlos. Eso es que estoy suficientemente lejos. Personas en miniatura van y vienen desde sus coches a la cajita blanca. Nadie sale del perímetro de la gasolinera. Nadie se acerca en mi búsqueda. Sí, estoy suficientemente lejos. Desde ahí no pueden verme ni pueden alcanzarme. Ni los hombrecitos diminutos, ni Mercedes, ni mi jefe, ni mis clientes, ni la china, ni el camarero, ni…
Respiro.
El sol empieza a esconderse. Huele a tierra seca y a árboles. Huele a final del día y del verano.
Sólo se oye el viento. Le abro mis oídos para que penetre dentro de mí, que sus remolinos me terminen de limpiar. Soy ligero, me siento de aire por dentro. Estoy aquí y ellos allí. No pueden verme ni alcanzarme.
Distancia es libertad.
Tiempo es libertad.
Acabas de leer la primera parte de Santa Olalla. En mi mente, la historia hierve, cargada de emoción, tensiones y acontecimientos inesperados . Si quieres que siga escribiendo, házmelo saber con un like.
Muchas gracias por tu apoyo.
Vivo en Talavera de la Reina. El paysaje me es muy familiar. Interesante, vamos a ver dónde va a parar Carlos.
Muy bueno, me has dejado con ganas de seguir y seguir leyendo.