Olor a mandarina y producto digital
El vagón huele ya a una mezcla de mandarina, comida de McDonalds, desinfectante de WC de ese azul y cansancio. Vuelvo de Barcelona en un AVE de última hora de la tarde.
Estos viajes de ida y vuelta en el día me dejan destrozado, pero en un estado intelectual y anímico poco habitual, una mezcla de claridad y sensibilidad muy poco frecuente.
Vengo de asesorar —o si lo prefieres, de compartir ideas— sobre inmersividad y percepción de calidad en entornos digitales con una gente a quien aprecio y respeto. Regreso contento porque creo que muchas de esas ideas están germinando y porque el día ha cundido.
He aprovechado para preparar algunas cosas de la charla que impartiré este martes. Compongo la narración general de lo que contaré y juego con las ideas y los personajes, mis personajes, que en realidad son artefactos diseñados en diferentes momentos de la historia: un transistor, un periódico, una cámara... Me cuestiono mucho si lo que para mi es sorprendente, lo será para alguien que quiere empezar a diseñar ahora, con sus veintipocos años, o veintininguno.
Empezaré la charla con esta foto de principios de los 90:

En cada idea me acuerdo de José Luis Antúnez, de cuando conversamos sobre el temario del Programa de Narrativa y Mensaje y su idea de trabajar los relatos desde el sentimiento que buscan evocar: ¿nostalgia? ¿ilusión? ¿esperanza?
En la reunión de hoy hablábamos de ese tipo de cosas, cuando en realidad estábamos hablando de productos y espacios interactivos. O al revés.
Había en la sala desde un chico bastante junior hasta un alto directivo que conocía muy bien ese negocio. Curiosamente, cuanto más senior era la persona, más se centraba en las sensaciones y los sentimientos y menos en el artefacto digital; porque, en realidad, ese es el producto, eso es lo producido. La interfaz es sólo un medio.