La importancia de un espacio
Nos está costando encontrar un espacio físico para el Instituto. Aún tenemos unos meses, pero empezamos a sentirnos apurados. Queremos un lugar en el centro con luz, techos altos y varios salones para que los grupos puedan tener sus sesiones cómodamente, con sillones en lugar de pupitres, madera en lugar de plástico y cocina en lugar de máquina de chucherías.
Una de los requisitos más complicado es que podamos unir varios salones para que los grupos de, digamos, Diseño de Interacción y Dirección de Producto, puedan hacer algunas prácticas conjuntamente, mezclados. También queremos que haya una pequeña biblioteca donde poder sentarse a leer mientras se toma uno un café —o una copa de vino, por qué no— o a conversar tranquilamente sobre ideas, proyectos y propósitos.
El espacio es muy importante por eso nos está costando tanto. Es importante por todo lo que puede pasar en él, que no puede pasar en la formación online. Porque en él se creará la complicidad de todos quienes queremos lo mismo.
Perdonadme si me pongo pedante, pero quiero compartiros un pequeño fragmento de un discurso de Víctor Hugo que me emociona:
Habría que multiplicar las casas de estudio para niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden.
¿No es hermoso? Si pudiera —que puedo— pondría un cartel en la entrada del Instituto que dijera: “Esta es una casa de estudio; aquí venimos a hacernos mejores”.
Me la juego diciendo esto, porque hay quien ve la creación de productos y servicios como una fuerza del mercado y no una fuerza cultural. Y una frase así parecería que escorase nuestro propósito hacia lo segundo. Es un debate interesantísimo. De hecho, este año se celebra el centenario de la Bauhaus, la primera verdadera escuela de diseño de la historia. Y si algo caracterizaba a la Bauhaus y sus principios fue su conciencia clarividente de que el diseño nacía y existía gracias al mercado. Pero por otra parte, crear productos y servicios requiere de marcos culturales: creamos cosas que usan símbolos y se adaptan a culturas y valores, y que al existir modifican esos valores y esas culturas.
En ese debate, de si el diseño es cultura o es mercado, el error está en elegir. La fuerza de quienes creamos productos y servicios, digitales o analógicos, impulsa ambos engranajes: el cultural y el económico. Los arquitectos hace mucho que superaron este dilema que a veces nos atormenta. También algunos empresarios que conozco, con mucha más conciencia de búsqueda de lo sublime que algunos artistas.
Habrá que superar ya esa pelea silenciosa. La clave no estará en la elección, sino en la elevación, en hacerlo mejor. Y para eso necesitamos ese espacio de estudio y complicidad de propósitos, esa madera, esa luz, ese café y ese vino, esos libros y esas plantas, ese cartel en la entrada y quizás un retrato de Víctor Hugo colgado en alguna pared.