Grillos y liturgia
Se hace de noche en el refugio del campo y me acuerdo de una comida hace unas semanas, en Barcelona, con Toni Segarra, Luis Cuesta y Josep Torres. Fue en Arturo, una casa de comidas excepcional, muy cerca de Sants. Hablamos un poco de todo, incluído el Instituto, y en cierto momento, a mitad de los postres, les hice una pregunta que me ronda mucho, que casi diría que me inquieta:
— ¿Creéis que la liturgia es importante en una escuela nueva?
Me explico: los centros de formación elitistas y los que atesoran historia suelen ritualizar mucho, institucionalizar y ceremonializar los momentos especiales: inicio de curso y graduación, imposición de bandas, diploma, discurso, etc. Quizás por inercia moderna, siempre vi con cierta desconfianza ese tipo de rituales, como si fuesen envoltorio y no sustancia, como si sirviesen para disfrazar de valioso, prestigioso y caro algo que no necesariamente lo era.
En ninguna de las siete ediciones del Programa Vostok en las que he formado a diseñadores de interacción, he entregado diplomas o hecho ceremonia alguna de graduación. Es más, muchos me han escuchado decir que “quien pregunta por los diplomas no es aceptado en el curso”, dando a entender que quería a alumnos que ambicionasen el conocimiento y no el título. Pero llevo meses con algunas dudas. De ahí mi pregunta a Toni, Luis y Josep: "¿Creéis que la liturgia es importante en una escuela nueva?"
Los tres asintieron a la vez: "claro", "sí, por supuesto", "hombre, pues mucho".
Toni me dio un ángulo que no había considerado nunca: la clave de la liturgia y la ceremonia está en que crea momentos especiales en los que el alumno invita a sus seres queridos a compartir el momento especial; y haciendo eso les hace partícipes, como si dijera “Esto es lo que he estado haciendo en los últimos ocho meses, ¿véis como es importante y ha merecido la pena? En otras palabras, el valor está en que se comparte el orgullo con la gente de fuera, en que la escuela expande su onda. En esos eventos y momentos, los padres, maridos, esposas, hermanos o amigos de los alumnos, lo entienden todo; la institución cala en más personas y con más profundidad.
Me sentí un poco tonto por no haber sabido ver eso antes, pero feliz por la revelación y muy agradecido.
La gente que se dedica –nos dedicamos— a crear productos y servicios (a concebirlos, diseñarlos, desarrollarlos, gestionarlos…) solemos pasarlo mal cuando nos preguntan a qué nos dedicamos, pero a la vez huimos de todo tipo de ceremonias, títulos o actos en los que se institucionalice lo que hacemos. Quizás lo estemos haciendo mal.
En el tren de vuelta a casa, pensaba en qué cosas, qué circunstancias son susceptibles de liturgia en el Instituto y cuál será la manera de hacerlo natural, bello y elegante, sin forzarlo. Sé, por ejemplo, que los discursos de personas relevantes pueden ser muy especiales si se dan bien, que tenemos que diseñar elementos identitarios y darle importancia al momento en que un alumno o alumna se lo ganan y que nuestro emblema da para unos pines de oro o plata preciosos. También sé que los pósters de los programas, firmados por todos los participantes de un programa y enmarcados, piden un lugar especial en la casa de cualquier exalumno. Qué entretenidas y significantes son estas cosas.

Nos hemos salido a la fresca. Las cigarras han pasado el turno a los grillos, que trabajan con el ímpetu del inicio de jornada. Empieza a refrescar y no sé si es mejor ponerme el jersey o servirme un vinito.